La fiebre del oro en California, en 1848, dio origen a un grupo de buscadores de ese precioso metal, que pensaron que se habían vuelto ricos de la noche a la mañana, hasta que se enteraron de que existía una piedra brillante que luego se conoció como el oro de los tontos. Muchos vieron que sus sueños se desvanecían en el brillo metálico y el tono ámbar cobrizo de un mineral casi sin valor llamado pirita de hierro.
Esa desilusión encuentra paralelismos en la vida de todos nosotros. Tarde o temprano, aprendemos que «no es oro todo lo que brilla». Lo que parece una buena compra no es necesariamente una transacción ventajosa. Aquellos en quienes depositamos nuestras esperanzas nos rompen el corazón.
Necesitamos sabiduría, en muchos sentidos, para diferenciar entre un tesoro real y una réplica sin valor.
Hace mucho tiempo, un antiguo rey descubrió que adquirir sabiduría verdadera vale más que cualquier otra cosa que busquemos. Salomón escribió: «Bienaventurado el hombre que halla la sabiduría, y que obtiene la inteligencia; porque su ganancia es mejor que la ganancia de la plata, y sus frutos más que el oro fino. Más preciosa es que las piedras preciosas; y todo lo que puedes desear, no se puede comparar a ella»
Un escritor del Nuevo Testamento Para asegurarse de que entendemos cómo probar y reconocer un tesoro que vale más que el oro, escribe: «Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía»
Bienaventurado el hombre que halla la sabiduría, Y que obtiene la inteligencia;
Porque su ganancia es mejor que la ganancia de la plata, Y sus frutos más que el oro fino.
Tomado del Libro Nuestro Pan Diario
Autor: Mart De Haan
Como dice la canción "oropel"!
ResponderEliminarUn Besito Marino